Precisamente a partir del confinamiento, expresiones festivas, ergológicas, mágicas, narrativas, poéticas sufrieron modificaciones drásticamente, así como su difusión también. Actos culturales masivos netamente comunicativos sufrieron una revolución en su estructura e interacción.
Las medidas de restricción redujeron considerablemente el acceso de las poblaciones al patrimonio cultural material e inmaterial, este último dinámico socialmente. Aprendimos a hacer cultura de una forma distinta, ha adaptarnos a una nueva realidad.
Los centros culturales, museos, cines, bibliotecas, librerías, escuelas de arte cesaron sus actividades durante los primeros meses de la pandemia, luego adoptaron niveles de restricción. El impacto del COVID-19 en el sector cultural, modificó su forma de difusión, la necesidad comunicacional motivó a adaptarse a los nuevos medios, la virtualidad tomó fuerza.
Grandes museos mundiales hicieron uso de la tecnología para acercar a los consumidores de alguna manera. Como lo explicó la Unesco “muchos museos alrededor del mundo han sabido adaptarse mediante soluciones en línea como recorridos virtuales o interactuando con el público a través de las redes sociales”.
El Louvre en promedio tiene 9,3 millones de visitantes anuales, cuadriplicó las conexiones a su página web, con una media de visitas de 400.000 al día. Los jóvenes se apropiaron de las redes sociales para sentirpensar, Cabral (2013), en un territorio virtual, en medio de repositorios, blogs, páginas web y recursos sondeados emergentemente.
El internet subió al trono, la información se propagaba inmediatamente a través de su ecosistema y las redes sociales. La cultura trataba de hacerse digital, sin embargo, reconocidas fiestas populares con todo su andamiaje se paralizaron, fueron silenciadas por el mortal virus COVID-19.
Los habitantes las extrañaban, mientras las recordaban compartiendo en sus redes, fotografías de un tiempo mejor, más libre, sano y diferente.
Presenciando por primera vez respuestas inmediatas en sus procesos comunicativos, de alguna manera tratando de vivir las expresiones culturales, añorándolas, pero también logrando mantenerlas vivas, sosteniendo la identidad nacional en un mundo donde caben muchos mundos (foráneos digitales y el real).
En los momentos de incertidumbre, y soledad, las plataformas digitales fueron de ayuda para las personas, acercaron a la cultura en sus múltiples formas (lectura, música, películas, teatro, coros comunitarios…).
Por otra parte, se posibilitó la dispersión de prácticas culturales locales por todo el mundo, se evidenció el aumento en el acceso a contenidos culturales en línea. Se compartieron historias y/o videos preparando comida tradicional, posiblemente cotidiana, para ellos, difundiendo costumbres, patrimonios gastronómicos de los países de origen.
Los medios de comunicación tradicional fueron cambiando por nuevos y más cercanos medios para el consumo de la cultura y sus manifestaciones. Una nueva forma de observar las expresiones de los pueblos fue puesta a prueba.
La ciudadanía adolescente y joven tuvo la oportunidad de descubrir su identidad, además de acercarse a identidades lejanas.
Darwin estaría orgulloso de esta generación, la comunicación se reconfiguró, más allá de desaparecer se transformó y dio vigencia a la cultura.